Ordenar el armario le resultó más difícil de lo que nunca había imaginado. Colocar tantas prendas en tan insuficiente espacio... Por suerte, encontró un hueco dos puertas más allá, al fondo, escondido, y respiró con tranquilidad. Ya no sería necesario deshacerse de ninguna de ellas, simplemente recolocaría aquellas que menos usaba -pero tanto necesitaba- en aquel espacio de tan difícil acceso.
Cuando hubo terminado sonrió con alivio. Por fin orden en su armario. Por fin cada prenda en su percha, por fin...
Y tan rápido como exhaló su satisfacción, le atacó una repentina inquietud. El miedo de que sus imprescindibles, pese que a buen recaudo, pese a guardarlas con tanto mimo en aquel remoto compartimento, cayesen en el olvido... Y no las volviese a usar jamás...
Y no las volviese a usar jamás...